La muñeca enterrada

Escrito por el 13 julio, 2012

Eta vez contare una historia que alguna vez me contó un amigo amante de lo paranormal, me dijo que cuando alguien se adentra mucho en el vudú  o brujería pueden asimilar el cuerpo humano con muñecos y por medio de su magia pasar los males de la persona a una cosa sin vida, pues bien esta historia trata de eso y habla de dos amigos inseparables como todavía aun los hay…

Pedro era casi como un hermano para Manuel ya que ambos se
conocían desde hace algunos años y eran inseparables. Los dos iban ala misma
escuela, estaban en la misma clase y, casi siempre que organizaban trabajos en
grupo se juntaban.

Un día la maestra de Ciencias
Naturales mandó una tarea bastante rara aunque ciertamente entretenida: los
alumnos debían traer muestras de distintos tipos de tierra según el nivel de
profundidad, guardando en bolsitas un puñado de tierra cada cinco centímetros
que horadaran en ella. Como de costumbre, Juan y Pedro se juntaron para
trabajar, aunque en realidad aquello de “trabajar” era un pretexto, una excusa
perfecta para que ambos consigan el permiso de sus padres para ir al bosque de
las afueras de la ciudad.

Una vez allí decidieron que no
deberían adentrarse demasiado ya que correrían el peligro de perderse, no sería
la primera vez que algún excursionista  poco experimentado se desorientaba
en él. Marcaron con una tiza todos los árboles por los que pasaban para no
confundir el camino de vuelta y empezaron a adentrarse un poco más de lo
pactado en las profundidades de la imponente masa de árboles. Llegado a un
punto un extraño claro les llamó la atención.

– Este sitio es perfecto para
escavar, aquí seguro que no nos molestan las raíces de los á
rboles y además
esas piedras parecen “cómodas” y podemos  sentarnos a comer sándwich- dijo
Juan.

 – El sándwich me lo
comeré yo mientras escavas, porque desde luego yo no me pienso ensuciar la
camiseta nueva” – bromeó Pedro poniendo voz de niña consentida.

 – Hagamos una cosa, nos
comemos el sándwich ahora y con el estómago lleno nos lo jugamos a cara o cruz”
– dijo Juan que tenía hambre desde hacía casi una hora.

Tras quince o veinte minutos de
risas y bromas, acabaron su almuerzo y Juan sacó una moneda.

– El que pierda empieza, estamos cinco minutos cada uno y
continúa el otro. Que  por la “bruja de ciencias” no me pienso partir la
espalda. Tampoco vamos a enterrar a nadie, así que 50 centímetros de
profundidad como mucho.

 – Vale, prepárate a
perder – dijo Pedro mientras sacaba de su mochila las herramientas de
jardinería que le había pedido prestadas a su padre.

Juan perdió el lanzamiento y un
poco desganado empezó a buscar por todas partes para elegir donde comenzar a
cavar. Vio de pronto un montón de hongos rojos con puntos blancos, todos
creciendo juntos en el mismo lugar. Aquello suscitó en él un entusiasmo
infantil que le hizo correr a cavar en el lugar como si algo le indicase con su
presencia la posibilidad de encontrar algo extraño bajo tierra.

– Le voy a guardar unas pocas
setas a la bruja, con un poco de suerte serán venenosas jajaja – dijo mientras
metía en una de las pequeñas bolsas una muestra de tierra de la superficie.

Al tocar la tierra con sus
manos sintió un escalofrío por todo el cuerpo, de pronto comenzó a tener miedo
y se levantó de golpe.

– ¡Tengo frío, aquí hace más
frío que en todo el bosque! –  le gritó a Pedro.

 – ¡Jajaja!, ay sí, ay sí,
estás encima de un lugar maldito o hay un fantasma justo donde estás cavando –
le dijo Pedro ridiculizando a su amigo.

Juan por hacerse el valiente
 siguió cavando y juntando la tierra en bolsitas diferentes cada cinco
centímetros de profundidad. Entretanto, Pedro exploraba el paisaje y jugaba al
fútbol con una piedra.

– ¡Mira! – gritó Juan cuando
llevaba unos minutos cavando. Pedro fue corriendo a ver lo que Juan le mostraba
con tanta exaltación, una muñeca pelirroja de unos treinta centímetros. Al
mirarla sintió que un escalofrío le recorría la médula y que el asco se anudaba
en su cuello como un largo ciempiés lleno de punzantes y grotescas patas.

 – ¡Aaaaaggh suelta eso! –
exclamó Pedro con una mezcla de terror y asco mientras se apartaba de aquella
repulsiva muñeca tuerta que Juan sostenía en su mano.

Juan que parecía confundido
miró de nuevo a la muñeca y la soltó horrorizado al ver lo mismo que Pedro:
gusanos, enormes gusanos blancos. Se contorsionaban dentro de la cabeza de goma
de la muñeca, se agitaban como poseídos y comenzaron a sacar sus pequeñas
cabezas por la cavidad en que alguna vez estuvo el ojo faltante de esa muñeca
pelirroja cubierta por una ropa que misteriosamente conservaba su blancura casi
intacta…

– Pero si cuando la desenterré
estaba bien, era preciosa y parecía sonreírme.

El único ojo que le quedaba a
la muñeca era inquietante: grande pero con la parte blanca pintada de negro y
con un iris pequeño e intensamente rojo en el cual había una diminuta y
demoníaca pupila.

 ¿Qué clase de enfermo
mental habría escondido una muñeca tuerta bajo tierra? ¿Por qué los gusanos se
ocultaban en la cabeza de la muñeca? ¿Sería verdad lo del frío que mencionó
Juan?

 Ambos chicos, realmente
asustados, salieron corriendo del lugar, sintiendo como la mirada del único ojo
de esa muñeca se les clavaba en la espalda. Únicamente pararon un par de veces,
veces en las que Juan se detuvo a vomitar, cosa normal si pensamos que tuvo en
sus manos cientos de gusanos sin darse cuenta. Pero al llegar a casa a Juan parecía
que no le abandonaban las nauseas, seguía vomitando y su cara tornó a un tono
amarillento pálido.

 Los dos amigos pensaron
que se recuperaría en una par de horas, pero no fue así, con el paso de los
días cada vez estaba más delgado, pálido y débil.  Tenía el aspecto de uno
de esos enfermos terminales que llevan años luchando contra la muerte en una
habitación de hospital y los médicos no acertaban a diagnosticar una causa para
su enfermedad. Una semana después de desenterrar la muñeca Juan murió.

 Desconsolado por la
muerte de su amigo, Pedro empezó a relacionarse cada vez menos con los demás y
a pasar los recreos en la biblioteca del colegio, en su casa devoraba libros
ávidamente y los fines de semana visitaba librerías. Los libros eran sus nuevos
amigos, y su refugio. Buscaba explicaciones médicas y poder entender que le
pasó a su amigo, pero los síntomas que sufrió Juan eran tantos que parecía que
había contraído varias enfermedades mortales simultáneamente.

 Un día, en una extraña
librería, Pedro encontró dentro de la sección de Esoterismo un libro sobre
ritos y leyendas. Era un libro viejo y usado, un libro de esos que ya casi no
se encuentran y que tienen extraños dibujos entre sus páginas cubiertas de
polvo. Allí decía lo siguiente junto al dibujo de una muñeca igual (excepto por
que no estaba tuerta) a la que encontró su amigo:

 ‹‹El que tenga un
mal incurable, que entierre una muñeca igual a ésta mientras entona esta
invocación. Su enfermedad quedará atrapada en la muñeca. Pero el primero que la
encontrase recibirá la enfermedad y morirá salvo que realice este mismo ritual››

 Todo estaba claro: los
gusanos, los hongos, el frío, todos eran indicios de que la muñeca que
encontraron en el bosque era una muñeca maldita. Una muñeca en la que por medio
de algún pacto o brujería alguien había desatado una maldición que condenaría a
enfermar a aquel que la encontrara mientras él curaba su cuerpo y sentenciaba
su alma.

YUSO


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