¿Qué hacemos con los deseos?

Escrito por el 16 noviembre, 2016

La primera sorpresa para los pacientes en terapia es no saber responderse qué es lo que realmente quieren. Una cosa llevó a la otra, contesta la mayoría al relatar su vida, lo cual resulta razonable y natural, porque casi nadie lleva a cabo un plan detallado para cumplir los deseos, aunque quizá sí deberíamos tener algunas ideas al respecto.

Adam Phillips pregunta en casi todos sus libros sobre lo que nos mueve, qué apetitos nos nos mantienen vivos. También diserta sobre las distintas formas de evaluar si nuestra vida ahora es mejor que la de antes o si pensamos que podría ser más plena en el futuro. Como bien sabemos, las elecciones pasadas no pueden cambiarse pero sí las futuras, aunque con frecuencia perdemos de vista esa posibilidad. Porque las personas se atrapan casi siempre con dolor, en los papeles estereotipados que la cultura les ha asignado y encuentran muy difícil incumplirlos, pensando que así conservan el afecto y la aceptación de los demás. Nadie actúa en el vacío, completamente libre de la opinión externa.

Phillips nos recuerda que hay muchas posibilidades frente a lo que la vida nos ofrece. Podemos atacar lo que tenemos, huir de un futuro distinto o disfrutar de lo que está disponible aunque no sea idéntico a lo que deseamos. La brecha entre los deseos y lo que está disponible es vivida como un lastre para muchos. Vivir satisfecho es en parte, liberarse del lastre de todo lo que no pudo ser.

Las partes de los relatos de los pacientes en las que se arrepienten de haber decidido unas cosas y no otras, se convierten en narraciones dominantes entre quienes tienen una relación intensa con el dolor y que eligen pagar con remordimiento eterno haber tomado el camino equivocado: Elegir a una pareja y no a otra, haber tenido uno en vez de dos hijos o ninguno, dedicarse a la contaduría y no al derecho, haber “perdido los mejores años de la vida” sin ejercer la libertad.

Algunos adultos lo quieren todo: vivir todas las vidas posibles o tener parejas simultáneas o poder jugar con varias personalidades para abatir el tedio de la normalidad. Pienso en quienes jamás dejan un segundo libre de sus vidas, porque quieren estar en todas partes, dicen que sí a todos los proyectos, se involucran peligrosamente en dos o más relaciones amorosas, quieren estudiar 4 carreras, practicar 6 deportes, conocer el mundo entero, casarse muchas veces.

Una forma de interpretar esta tendencia es describirla como la incapacidad de aceptar que no se puede tener todo y que cuidar lo que se tiene, por limitado que parezca, es mucho más satisfactorio que intentar fragmentarse en mil pedazos, con la promesa fantasiosa de la plenitud, de llenar cada agujero emocional, cada aspiración, cada deseo.

Es pertinente revisar con los pacientes las creencias culturales con las que fueron criados, casi siempre muy infelizmente. Freud le llamó “el peso de la cultura” a las expectativas sociales que están muy lejos de los deseos, que son las preferencias casi irrenunciables que todas las personas tenemos. Pensar en las posibilidades puede ser una idea tiránica que solo engendre frustración o puede ser motor de un cambio que requiere de paciencia.

Aspirar a lo revitalizante, a lo muy placentero en distintos niveles, a lo que ilumina la mente, a no adaptarse en exceso a las reglas, son algunas formas de describir el mundo de los deseos. Muchos han entregado este mundo a otros, que arrasan sus deseos. No pocas veces la gente se queja de no saber lo que quiere porque se ha acostumbrado a querer lo que quieren los otros.

Exagerando, diría que es una obligación vital encontrar una forma de ser que sea más o menos satisfactoria y que se aleje lo más posible de la traición a uno mismo. Ningún adulto sabe qué es lo mejor para otro adulto, porque la vida solo se puede experimentar.

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