EL LUJO DE LA DOÑA DESLUMBRA A MADRID

Escrito por el 17 febrero, 2013

MADRID. —No falta ni una hora para que el Museo Thyssen-Bornemisza cierre, pero la gente sigue entrando al sótano del antiguo edificio del Paseo del Prado. Y lo más notable es que quizá sean más las personas que entran que las que salen.

En la penumbra de las salas pintadas de negro de piso a techo no puede ser más impactante el efecto de toparse de pronto con un espectacular tesoro compuesto de diamantes, oro, platino, plata, perlas, rubíes y otras gemas preciosas, protegido en vitrinas sobre las que cae un poco de luz. Es la famosa colección Cartier.

Nadie puede ser indiferente a esto. Se nos ve en las caras. Es como una reacción primitiva. La fascinación por los metales y las piedras que brillan que han compartido tanto los antiguos egipcios como los desaparecidos aztecas; los codiciosos conquistadores europeos en América y las señoras caprichosas que holgazanean hoy por la avenida Madison de Nueva York, o la gente sencilla de la India que ahorra hasta poder comprar un diente de oro.

Pues ahí estamos un montón de turistas y algunos madrileños apabullados con los singulares reflejos de esas piedras que, ahí entendemos muchos, con razón se llaman brillantes, dejando salir en público una de nuestras más antiguas y ancestrales pasiones.

Es la exposición El arte de Cartier que lleva abierta casi cuatro meses y que está a punto de concluir, por eso hay tanta gente que no quiere dejar de ver las 422 piezas que la joyería ha traído al Museo Thyssen-Bornemisza.

En México ya hemos podido ver en algunas ocasiones parte de la colección, pero ante esto no hay comparación. Aquí están las joyas más importantes que los diseñadores de Cartier han creado para gloria de las artes decorativas de los siglos XIX y XX.

Tesoros históricos

En seis bloques temáticos, la muestra ilustra la historia de esta singular fábrica fundada hace 165 años. Figuran desde las joyas creadas para la burguesía francesa en plena bonanza en el siglo XIX, hasta los alucinantes caprichos de las estrellas de cine de Hollywood.

Cartier se ha encargado de acopiar desde 1983 todas estas joyas emblemáticas que alguna vez salieron de sus talleres y a la fecha ha reunido mil 450.

A veces ha tenido que seguir las pistas de sus creaciones echando mano de sus archivos, que en sí mismos ya son un tesoro documental histórico, y en otras ocasiones las joyas han vuelto a la casa que las creó llevadas por sus propias dueñas.

Este fue el caso de las joyas de María Félix, quien años antes de morir ofreció a Cartier las espectaculares joyas que fueron diseñadas exclusivamente para ella. Gracias a esa previsión, ahora es posible ver estas piezas en Madrid, en un apartado especial, al lado de joyas que pertenecieron a Gloria Swanson, Elizabeth Taylor y Grace Kelly. Ni más ni menos.

-¿Y quién es ésta que más bien parece una actriz?

-Pues es una actriz, mujer, ¿qué no la recuerdas? Es la

María Félix, la mexicana.

-Ya, ya. Pero mírala junto a la Taylor y la Grace Kelly. ¡Ay, pero mira qué pendientes! Cómo pudo haber llevado tremendas joyas en las orejas. ¡Qué dolor!

-Pues sí, pero qué placer.

Placer y dolor, una relación que a los hombres que oímos este diálogo de señoras españolas nos hace vernos unos a otros, entendiendo la particular relación entre las mujeres y las joyas. No en balde un buen porcentaje de todo lo exhibido en esta muestra fue diseñado para ellas: pesadas coronas, largos collares, complicados anillos, asfixiantes gargantillas, dramáticos pendientes. Todo asfixiante pero placentero, como resumía aquella anciana madrileña en su recorrido.

En cambio, para los hombres, Cartier ha creado objetos más prácticos, como cigarreras o broches. Incluso una de sus piezas más icónicas, el legendario reloj Santos, marcó tendencia al ser el primer reloj de pulsera de la historia, diseñado en 1904 para que el aviador brasileño Alberto Santos-Dumond no tuviera que distraerse buscando un reloj con leontina mientras piloteaba su nave. Para los hombres, también placer, sí, pero más bien que la joya sea práctica y con estilo.

Sólo una joya para hombre sobresale en esta exposición por descabellada y poco práctica, una espada creada en 1955 para el escritor Jean Cocteau, elaborada con oro, plata, rubíes y marfil, entre otras exquisiteces. Pero no era una espada para pelear sino para lucir otro tipo de poder en una ceremonia académica.

“El poder del estilo”, precisamente así se llama la sección en donde la exposición de Cartier incluyó algunas de las joyas diseñadas para María Félix, una de sus “clientas emblemáticas”, como la define.

Y no es para menos, si a finales del siglo XIX y principios del XIX las clientas más importantes de Cartier fueron reinas y princesas, en las pasadas décadas de los 50 y 60 la “más atrevida” por sus encargos fue La Doña.

Los caprichos de La Doña en verdad son espectaculares entre lo espectacular que de por sí es la exposición. Para ella, Cartier diseñó un collar articulado en forma de serpiente pitón creada en platino y oro con 2 mil 473 diamantes incrustados a manera de piel, otras gemas preciosas en la panza y dos esmeraldas como ojos. Además, una joya articulada en forma de dos cocodrilos de oro cuajados de mil 60 esmeraldas y mil 23 diamantes y rematados con rubíes a manera de ojos. Y los tremendos pendientes clip de serpiente a los que las dos señoras madrileñas se referían con placer y con dolor.

La baronesa Carmen Thyssen, junto al presidente de Cartier Internacional, Bernard Fornás y Carlota Casiraghi durante la presentación en el Museo Thyssen de la exposición “El arte de Cartier”. 

Más de 400 piezas de la emblemática firma de joyería, fundada en París en 1847 y que incluye cuatro joyas que pertenecieron Grace Kelly, abuela de Carlota Casiraghi, quien ha amadrinado la exposición. 

En seis bloques temáticos, la muestra ilustra la historia de esta singular fábrica fundada hace 165 años, desde las joyas creadas para la burguesía francesa en plena bonanza en el siglo XIX, hasta los alucinantes caprichos de las estrellas de cine de Hollywood.

El poder del estilo, precisamente así se llama la sección en donde la exposición de Cartier incluyó algunas de las joyas diseñadas para María Félix, una de sus “clientas emblemáticas”, como la define

A finales del siglo XIX y principios del XIX las clientas más importantes de Cartier fueron reinas y princesas, en las pasadas décadas de los 50 y 60 la “más atrevida” por sus encargos fue La Doña


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