¡No te avergüences de avergonzarte! Claves para que no te sonrojes
Escrito por Janito el 4 abril, 2016
¿Cómo podemos controlar la vergüenza?
Todos la sufrimos, muchos hacemos grandes esfuerzos para evitarla y a algunos nos gusta hablar de ella.
Es distinta a la humillación y al pudor, pero a veces se siente igualmente mal.
Pero por otro lado, nos hace reír: piensa en cuántas comedias y chistes se basan en situaciones en las que los personajes hacen el ridículo.
Para el naturalista Charles Darwin…
La vergüenza es lo que nos hace humanos
Para el poeta romántico John Keats…
La vergüenza es esencial para amar”
Lo cual es muy bonito pero, ¿qué hay en el fondo de este sentimiento que el escritor estadounidense John Bradshaw describió como “la emoción que nos hace saber que somos finitos“?
¡Que empiece la función!
Alguien que contribuyó mucho a explorar la vergüenza fue el sociólogo canadiense Ervin Goffman, autor de “La presentación de la persona en la vida cotidiana”.
Para Goffman, la sociedad es como un teatro en el que siempre nos representamos a nosotros mismos, actuamos nuestros diversos personajes, tratando de crear una buena impresión.
La timidez es el temor de que algo no salga bien en esa pieza de interacción social.
Cuando ocurre un momento de vergüenza en público, de repente se cae el velo y quedan a la vista los disfraces y la utilería que se estaba usando en esa obra de teatro.
En ese momento, todos están tremendamente interesados en reiniciar la conversación lo más pronto posible y recobrar la normalidad.
En esencia, queremos que todo fluya, que todos a nuestro alrededor se sientan cómodos, pero a veces pasan cosas que perturban esa escena…
Lo que Goffman explica es que en cualquier encuentro nos esforzamos por proyectar una imagen de nosotros mismos, y en estos casos, inesperadamente ocurren eventos que contradicen esa impresión.
“La psicología experimental tiene mucho que aportar en este campo, pues analiza sistemáticamente lo que la gente dice”, señala Deborah Talmi, neurocientífica cognitiva de la Universidad de Manchester.
“Y lo que dicen es que lo que causa vergüenza es una situación en la que violan alguna regla social accidentalmente, provocando atención social indeseada”, agrega.
Lo que es interesante, además, es que “cuando nos avergonzamos hay una serie de reacciones separadas, coherentes y secuenciadas que podemos ver en la gente”, señala Talmi.
Los psicólogos que han filmado y codificado las acciones de personas avergonzadas notan que se desata una cadena de reacciones comunes:
- sonrisa -sólo con los labios, no con los ojos-,
- control de la sonrisa,
- desvío de mirada,
- bajada de cabeza,
- a menudo, tocarse la cara.
Todo ocurre rápidamente y en cuestión de 5 segundos, los observadores pueden juzgar que la persona está avergonzada.
“En términos de los procesos cognitivos subyacentes, la vergüenza se compone de varios, por ejemplo, no nos avergonzaríamos si no accediéramos a nuestros conocimientos de las normas sociales o si no pensáramos en lo que los otros pueden estar pensando o sintiendo”, indica la neurocientífica.
Pero, ¿habrá alguna forma de lidiar mejor con esos momentos que preferiríamos olvidar?
Ni los primeros ni los últimos
Empecemos con un truismo: recuerda siempre que no somos los únicos que sufrimos de vergüenza.
Piensa un momento en Edward de Vere, 17º conde de Oxford, quien -en el siglo XVI- al hacer la venia ante la reina Isabel I, se le escapó algo de gas por su aristocrático trasero.
Quedó tan avergonzado que se fue del país y no regresó por 7 años.
Cuando por fin volvió, la reina Isabel I lo recibió con las siguientes palabras:
¡Ah, mi lord Oxford! Ya se nos olvidó el pedo!”
Detecta las señales y protégete
Cuando nos avergonzamos, algunos nos sentimos tremendamente pequeños, cual una diminuta hormiga atrapada bajo la lente de un microscopio.
Otros nos sentimos desproporcionadamente enormes, como la cosa más grande del mundo, visible desde el espacio.
Hay gente que habla del “efecto foco de atención”, que se refiere a la convicción de que los demás nos están prestando más atención de la que en realidad nos prestan.
En esos momentos, nos podemos quedar paralizados, la adrenalina nos traiciona, rezamos para que se abra un hueco en el piso para poder escapar, convencidos de que el mundo entero está pensando:
Pero, independientemente de si te sientes diminuto o enorme, te paralizas o huyes, vale la pena recordar que la vergüenza es una forma de arrogancia.
¿Realmente es cierto que todo el mundo nos está mirando? ¿O juzgando?
Recuerda las sabias palabras que escribió el británico Samuel Johnson hace 250 años…
Quien piense en cuán poco piensa en los demás aprenderá cuán poco piensan los demás en él”
Consuélate, mañana reirás
La mayoría de nuestras más atesoradas anécdotas relatan momentos en los que nos habría gustado que nos tragara la tierra.
Tal parece que entre peor sea el ridículo que hagamos, mejor serán las historias que podremos contar.
Además, nos gusta la gente que se avergüenza.
Los estudios muestran que instintivamente nos inspiran confianza.
Meter la pata es parte de la vida y prueba que no somos robots.
El riesgo de hacer el ridículo nos acecha en todas partes, pero debemos ser valientes -acudir a reuniones sociales, hablar en público, pintar o cantar a pesar de no tener talento-.
De no hacerlo, corremos el peligro de cortar demasiadas cosas de la vida y perdernos de inolvidables experiencias.
En resumen: 4 consejos para que no te dé tanta vergüenza
- No eres la primera persona en cometer un error humillante y ciertamente no serás la última
- Relájate: la gente está menos interesada en ti de lo que piensas
- El hecho de que te avergüenzas te hace más adorable y demuestra que eres humano
- Consuélate: el horror de la vergüenza puede darte anécdotas divertidas que podrás contarle a tus amigos
Fuente: http://www.bbc.com/mundo/noticias