El murmullo de los rostros
Escrito por Janito el 1 enero, 2011
Frente a las cámaras no hay personas sino personajes, por eso algunos
mexicanos creen con justa razón que las fotos roban el alma: esas
maquinas de luz que congelan segundos transforman el rostro anónimo en
una celebridad de papel o pixeles. El trabajo de Paul Strand destacó por
atrapar la naturalidad, la inocencia y el instante irrepetible de los
habitantes y paisajes de principios del siglo XX, mucho antes de que el
“clik” reacomodara la realidad y la convirtiera en escenografía.
Frente a las cámaras no hay personas sino personajes, por eso algunos
mexicanos creen con justa razón que las fotos roban el alma: esas
maquinas de luz que congelan segundos transforman el rostro anónimo en
una celebridad de papel o pixeles. El trabajo de Paul Strand destacó por
atrapar la naturalidad, la inocencia y el instante irrepetible de los
habitantes y paisajes de principios del siglo XX, mucho antes de que el
“clik” reacomodara la realidad y la convirtiera en escenografía.
Adultos y niños –que sin duda jamás se verán a sí mismos en las
fotografías, de las que ni siquiera sospechan su existencia– pueblan
ahora los muros del Palacio de Bellas Artes y otros recintos. En esta
muestra, Strand reúne –en cada pieza– la verdadera cara del México
postrevolucionario, y encaminado hacia la institucionalización del
“progreso y la justicia social”. El rostro real del México rural, de las
casas de adobe y vigas de madera, de las vestimentas blancas,
huaraches, rebosos, zarapes y sombreros de paja, de las miradas fijas en
un objetivo incierto –que buscan sin encontrar; que encuentran sin
buscar–, porque (quizá) las respuestas están en el viento.
Rostros esculpidos por el temperamento y la fuerza de labrar la
tierra bajo el rayo inclemente del sol, la vigilancia del cacique y la
poca paga del patrón; rostros que reflejan las horas de quehaceres
domésticos, frente al nixtamal y el comal donde se fabrican las
tortillas, frente al río donde lavan sus ropas; el paso del tiempo
frente a la escasas oportunidades del campo mexicano. Tristezas,
desilusiones, angustias, pasiones, alegrías, sobresaltos, anécdotas del
corazón y del hígado convertidas en gestos y líneas de expresión facial
que son capturadas antes de que ellos mismos se conviertan en actores –y
el paisaje en una decoración ambiental– de la lente fotográfica.
Otro rostro y otra piel retratados por el fotógrafo neoyorkino son
los paisajes del campo mexicanos: espacios libres y no corrompidos por
la modernidad del asfalto y los edificios, que va más allá de la simple
captura para cromo, póster o postal, porque –al igual que en los
rostros– se aleja de las poses, fabricaciones y montajes acartonados que
contaminan la esencia de los hombres y la naturaleza.
La lente del Paul Strand supo capturar trozos de infinito, estatuas y
paisajes de papel bicromáticos únicos. El artista gráfico se atrevió a
reinterpretarlos en distintos tiempos y técnicas artesanales de revelado
(como el platino, plata, gelatina o grabado, obteniendo con ello una
amplia gama tonal).
Strand acertó al no sucumbir ante las curiosidades que ofrecía el
ambiente del campo para capturar estas imágenes, respetó la integridad y
se dedicó a retratar instantes y no a enjuiciar ni catalogar. Trató la
comunicación como una lengua (y no como un dialecto), las creencias como
religión (y no como superstición), la creación popular como arte (y no
como artesanía), a capturar el vivir cotidiano como cultura (y no como
folklore), a reflejar a los habitantes como personas (y no como
personajes).
El rostro contiene guías que conducen al pasado personal:
sentimientos grabados en carne y hueso, expresiones que transmiten e
impresiones faciales que comunican. El rostro dice sin decir. Por eso
las fotografías de Paul Strand son una oportunidad para conocer cómo la
realidad impacta de manera distinta a las personas, aún viviendo bajo
las mismas circunstancias. Son también una invitación a conocer al
México real, bárbaro y luchón que sostuvo al país y a su clase política
en aquellos años, aquel que no salió en las primeras planas (ni en los
interiores) de los periódicos y que en los libros de texto es reconocido
con el nombre y apellido de “pueblo mexicano”.