Premio Nacional de Ciencias y Artes 2011
Escrito por Janito el 22 diciembre, 2011
SAN BARTOLO COYOTEPEC, OAXACA.- Se dice que un niño de Zimatlán, muy
afecto a los toritos y flautas, preguntó: “Abuelito: ¿cómo es que los de
San Bartolo le ponen el color negro a esas figuras?” Y que el abuelo le
contestó: “Mira, hijo, es que al barro negro lo pinta la noche”.
Y hasta cierto punto es verdad, defienden los artesanos de San
Bartolo Coyotepec, un pueblo ubicado a 12 kilómetros de Oaxaca, habitado
-en su cabecera municipal- por 8 mil 636 personas, de las cuales tres
mil trabajan en la creación y venta de barro negro; es una comunidad tan
orgullosa como celosa de su arte, donde cada quien se esmera por
encontrar un estilo, algo que los identifique como familia pero que vaya
más allá de lo que aprendieron de sus padres. Un pueblo donde el barro
negro es tan presente y cotidiano como lo son las fiestas con cientos de
invitados a la mesa, chocolate en agua, mezcal y banda de viento.
Carlomagno Pedro Martínez, artesano, director del Museo Estatal de
Arte Popular, insiste en que tiene algo de verdad esa historia de que al
barro negro lo pinta la noche: al fin y al cabo las horneadas que le
dan el color oscuro al barro -café verdoso, de origen- tienen lugar en
la noche y a la noche le pertenecen muchos secretos sobre esa tradición
alfarera.
No cuenta todo. Él, como Teresa Andrés, como Federico Mateo Reyes o
como Ema Hernández Andrés, se guarda detalles porque es su manera de
preservar una tradición que tiene más de 2 mil 500 años; la prueba,
entre otras, es un mascarón de la Tumba 104 de Monte Albán hecho en esa
técnica.
Los alfareros de San Bartolo acaban de ser reconocidos con el Premio
Nacional de Ciencias y Artes en la categoría de Artes y Tradiciones
Populares, galardón que se entrega este lunes en la Residencia Oficial
de Los Pinos.
El siguiente reconocimiento que esperan, y por el que trabajan en
conjunto (es una comunidad indígena que se rige por usos y costumbres),
es el de la marca colectiva: Zaapeche, tierra, talento y cultura
(zaapeche en zapoteco quiere decir cerro de la nube donde se esconde el
jaguar).
Textura y color
Federico Mateos Reyes y otros artesanos –con edades entre los seis y
80 años– están reunidos en el patio del Museo Estatal, en San Bartolo, a
unos cuantos pasos del parque y frente a uno de los dos mercados
artesanales del pueblo. Suma 60 años de trabajar el barro y considera
que es la mejor herencia que pudo recibir de sus padres:
“Decía mi mamá que es más que si te dejara un montón de dinero,
porque el oficio es mejor que el dinero; el dinero se acaba, el oficio
hasta que se muera se acaba, por eso estamos interesados en que los
nietos aprendan.
“Mis cinco hijos lo trabajan, a mis nietos -ya ni me acuerdo cuántos-
sus papás los ponen a trabajar el barro para que de allí salga también
pa’ sus estudios. Hacer esto relaja mucho, así se cansa uno y duerme
sabroso, porque si no, no da sueño”.
Entre mujeres y hombres
El barro viene de la mina. La tradición manda que allí sólo pueden
entrar los hombres: “Hay una historia ¿mito o verdad? de que si una
mujer entra a la mina, el barro se pone muy piedregudo y eso se ha
respetado hasta la fecha”, explica Horacio Sosa Villavicencio,
presidente municipal.
Anteriormente, a las seis de la mañana iban a la mina por una carga
de barro en burro, ahora que los vehículos llegan hasta la mina -a cinco
kilómetros del pueblo- los hombres se preparan trayendo material para,
por lo menos, medio año.
De innovar en la técnica hablan muchos de estos artesanos. Eloy
Gómez, por ejemplo: “Como los niños -y señala a Andrea y a Carlos que a
sus seis años crean caracoles y elefantes-, nos va gustando, los
maestros ya están en casa y uno va tratando de imitarlos.
Posteriormente, uno va innovando. Antes, eran los cántaros para agua,
para uso doméstico, para lavar los trastes, pero vino el plástico y nos
opacó un poquito, entonces ya se empezó a trabajar otro tipo de
terminación que es el brillo, y ahorita hay otra que es el mate con
brillo, se van renovando. Cada quien va haciendo sus creaciones, para
tratar de sobresalir en lo propio…”
Teresa y los de su familia -los Andrés- son de los pocos que trabajan
en la técnica del empastillado: “Son hojitas a base del mismo barro.
Esta es una herencia de mi mamá. Yo ahora lo combino con calado, con
grabado, se ve muy bonito. Sí es un poquito difícil porque si la pieza
no está parejita, se levanta el empastillado y entonces se pierde el
trabajo; por eso no lo hacen muchas personas y porque es muy laborioso”.
Teresa es de las que salen por el país a visitar ferias y a presentar
estas piezas que hace -como los demás artesanos- 100% a mano, y con
herramientas que recicla: plumas que ya no sirven, tapitas de frascos,
nada que contamine.
A Abelina García Aguilar sus abuelos le enseñaron a hacer la
pichancha, que ocupaban para lavar el nixtamal, y el cántaro, para el
agua y el atole que llevaban al campo, y la ollita, para la comida.
Ahora las crea, pero el fin es más decorativo que doméstico.“Nos fuimos
modernizando. Vamos pensando las piezas para tener variedad, como el
cliente las pida”, comenta la que también es presidenta de la plaza
artesanal, donde 107 compañeros tienen locales hechos de madera y
lámina.
Los hombres y las mujeres destacan que son ellas quienes trabajan más. Teresa, lo afirma:
“Las mujeres somos quienes les ponemos el toque mágico a las
artesanías, les damos el acabado. Los hombres hacen el trabajo material
que es más pesado: acarrear el barro de la mina, amasarlo. Todos somos
celosos de nuestras técnicas, de cómo hacer nuestras piezas. No hemos
cedido a las proposiciones que nos hacen de que hagamos por ahí algunos
hornos o que nos vayamos a trabajar, aunque nos ofrecen buenos
sueldos… No, porque sería traicionar el trabajo que tenemos en nuestro
pueblo San Bartolo. No le vamos a vender nuestra técnica a nadie”
Horacio Sosa Villavicencio (hermano de Flavio Sosa) explica que la economía de San Bartolo tiene su base en la artesanía:
“La economía de esta comunidad la mueven las manos mágicas de estos
artesanos, la artesanía es la principal fuente de empleos. La mayoría,
en su casa tiene sus pequeños talleres, algunos salen a mover en otras
partes de la República. Desgraciadamente viene mucha gente que no se
dedica a la artesanía, y la gente, por la necesidad de comer, por la
necesidad de la canasta básica, pues las vende. El turismo a veces es
muy escaso, hay gente que se lleva la artesanía de la comunidad y la
saca a otro precio: aquí el cántaro lo lleva a 300 pesos, allá en el
mercado del pueblo está a 800 pesos. La artesanía ha dado desarrollo al
pueblo, las escuelas, la iglesia, el parque están en buenas condiciones.
Los artesanos pueden cooperar aquí con el tequio comunitario que es una
gran herramienta, la comunidad se une para limpiar los filtros, para
arreglar la escuela, para la fiesta también; San Bartolo es un pueblo de
fiestas. Las mujeres juegan un papel importantísimo, hay más mujeres
artesanas que hombres artesanos; ellas son las que han generado la
cultura de nuestro barro negro.”
Esta no es una artesanía que pertenezca a hombres y mujeres mayores.
Carlomagno Pedro destaca el fenómeno de que los jóvenes se interesen:
“Por eso está vigente. El joven estudia para médico pero aprende la
artesanía, el diseñador profesional sigue aplicando sus conocimientos de
la artesanía”.
El también director del Museo Estatal de Arte Popular reconoce que
esto puede ser ventajoso porque “con la globalización se da mucho que
clonen las piezas, con el famoso país aquél grandote, de repente hay
competencia desleal porque cuando un trabajo ya es valorado y tiene su
precio de 600 pesos, con la clonación lo ofrecen a 50 pesos;
afortunadamente no se ha dado con nuestro caso”.