En una de las librerías más bellas del mundo
Escrito por Janito el 7 octubre, 2012
Además de ser visitada por escritores de todo el mundo, la librería es también una atracción turística.
George Whitman, quien murió, tenía una conocida librería en París que durante décadas ha sido más que un lugar para comprar libros en inglés. Se trata de un refugio para los escritores y un atracción turística, un sitio con una atmósfera propia.
Whitman se ganaba la vida vendiendo libros, pero nunca olvidó cuánto le debía a los autores. Por ell,o su tienda era un lugar donde se los recibía tan bien.
Durante décadas, miles de escritores le ayudaron, dando su tiempo a cambio de unas pocas horas, o más, compartidas con almas gemelas.
Su lema era: “Da lo que puedas, toma lo que necesites”.
George Whitman
Nacido en Nueva Jersey en 1913, Whitman trabajó como suboficial médico en la Segunda Guerra Mundial y se mudó definidamente a París en 1948.
Fundó la librería Le Mistral en 1951, a semejanza de la Shakespeare and Company de Sylvia Beach. Allí se venden libros de segunda mano en inglés.
Se dice que poetas como Jack Kerouac, Allen Ginsburg y William Burroughs recitaron poesía allí.
El negocio cambió de nombre a Shakespeare and Company en 1964 tras la muerte de Sylvia Beach
La hija de Whitman, Sylvia, nació en 1981
George Whitman murió el pasado 14 de diciembre. Tenía 98 años.
Unas pocas líneas de William B. Yeats están pintadas sobre la pared: “No seas inhospitalario con los extraños, puede que sean ángeles disfrazados”.
Los autores que visitaron el lugar podían trabajar aquí, dormir entre pilas de libros y absorber esa atmósfera literaria única.
Semanas atrás, poco antes de la muerte de George Whitman, hablé con su hija Sylvia sobre la posibilidad de unirme a ese grupo de escritores-voluntarios. No mucho después conocí el cálido ambiente de Shakespeare and Company.
“Y esta es la sección sobre París”, dijo Linda detrás del mostrador, con su cadencia irlandesa, al comenzar mi gran tour por las estanterías de libros.
Es una mañana gris, en la que uno no esperaría ver mucha gente, pero aun así el negocio está lleno de bibliófilos.
La librería recibe su nombre de otro sitio que solía estar no muy lejos, también sobre el Sena, y que era lugar de encuentro para personajes como James Joyce y Ernest Hemingway. La dueña de aquella Shakespeare and Company se llamaba Sylvia Beach.
Y Whitman eligió ese mismo nombre para su hija.
La literatura en las venas
Era sobrino nieto del poeta estadounidense Walt Whitman, y en París tuvo sus propios amigos del mundo de la literatura. El trabajo de estos poetas de los años ’50 ocupa no sólo una sección sino toda una vitrina en la librería.
Su hija tomó las riendas del negocio hace unos años. Mientras algunos se preguntaban si los libros electrónicos vendrían a reemplazar a su contraparte de papel y tinta, ella se metió de lleno en internet para promocionar sus eventos y su historia. El libro virtual no pareció preocuparle. La cuestión era estar presente en la web.
Soy guiado a través de la poesía y las secciones de ficción moderna, y también por unas pequeñas habitaciones que se perciben más como una biblioteca que como una empresa comercial. Whitman las describió como los capítulos de una novela.
El poeta Jimmy Hargreaves siente que vivir en la librería le ayuda a inspirarse.
Estudio las paredes empapeladas con recortes de noticias y postales, subo las escaleras -atravesando “obras y dramaturgos”- hasta el piso superior. Es donde se ubica la librería de Sylvia Beach, en una habitación utilizada ahora para eventos.
En medio del silencio, escucho un familiar “tac, tac, tac, tunk” y vislumbro una acogedora cueva de escritores donde alguien está sentado frente a un escritorio con una vieja máquina de escribir portátil y se observan también unos estantes cargados de libros bastante manoseados sobre cómo lograr ser publicado.
El único sonido, aparte del tipeo y la conversación, viene de un piano en el que los clientes se entusiasman algunas veces. “Es bonito”, me dice Linda. “El sonido me lleva a bajar las escaleras hasta las cajas”.
Entonces me da para ordenar la sección de ficción y fantasía. Poner los libros en algún tipo de orden es una tarea extrañamente confortable. Las conversaciones continúan a mi alrededor.
Una mujer está desobedeciendo el aviso de “por favor no hacer fotos”, dirigiendo su celular hacia la sección de historia. “No”, me indica Linda. “Quiero que incluyas ese estante también.
Alguien está buscando ayuda para encontrar un buen título para un club de lectores, lo cual acaba en un interesante diálogo sobre autores internacionales.
Me encuentro fascinado por el papel de asistente de la librería.
En mis manos, varios títulos son desenterrados de los rincones más oscuros de la tienda, y los pongo en los pocos espacios vacíos en los estantes. Eso significa que los estoy trayendo, así como a sus autores, hacia la luz.
En las escalera, otro voluntario está organizando su sección, cargando pilas de libros entre la gente que sube y baja.
Sonreímos mientras una lámpara se funde en la sección de crimen, dejándola en una misteriosa oscuridad.
Cuando vuelve la luz, el llamado “espejo del amor” queda al descubierto escaleras arriba. Tiene notas, cartas de amor, poemas y declaraciones.
Aquí no sólo es posible ver una fascinación por los libros, las palabras y por París. También se perciben las reflexiones de los amantes de libros charlando sobre tomos llenos de polvo. “Oh, ese es también mi favorito de Auster”, dice uno.
Mi sesión como voluntario ha acabado. Voy a recoger mis cosas de un locker ubicado en el piso de arriba. Resulta ser la guarida de un escritor residente, Jimmy Hargreaves, de 25 años.
Es un autor publicado por Grimsby, al que se ve inclinado sobre su libro de notas dejando caer su larga cabellera sobre su rostro cincelado. “Soy un soñador”, me dice. “Este es un lugar donde puedo crear”.