Cómo el baloncesto cruzó la Cortina de Hierro
Escrito por Janito el 17 enero, 2015
Corría el año 1959. Nikita Kruschev estaba a la cabeza de la Unión Soviética; Dwight D. Eisenhower regía Estados Unidos. La Cortina de Hierro estaba firmemente cerrada y faltaban tres décadas para que empezara a caer. No obstante, un grupo de afroamericanos se paseaban por las calles de Moscú… y estaban causando sensación.
“La mayoría de la gente no había visto nunca a alguien negro y no entendían. Algunos nos frotaban a ver si la negritud se nos quitaba. Querían saber que si éramos de verdad”, recuerda Meadowlark Lemon, en conversación con la BBC.
Lemon era uno de los integrantes de los Harlem Globetrotters, un equipo de basquetbol que se hizo famoso por combinar el deporte con el espectáculo. Los jugadores eran atletas de élite y artistas. Hacían elaborados trucos, como rotar la pelota en las puntas de sus dedos o pasar la pelota por debajo de las piernas de los opositores… y les gustaba bromear con el árbitro y los espectadores.
“Lo que veían en la cancha era gentileza, fortaleza, amor. No veían sólo atletismo o comedia, veían algo que brotaba de lo profundo de nosotros”.
Al entrenador del equipo, Abe Saperstein, le fascinaba la publicidad, y durante la Guerra Fría, una gira por la Unión Soviética garantizaba llegar a las primeras planas.
Aunque Kruschev era más abierto a Occidente que sus predecesores, seguía comprometido con la idea de destruir el imperialismo estadounidense. A Saperstein le tomó 8 años de cabildeo, pero eventualmente el líder soviético permitió la visita de los Globetrotters.
Y cuando los jugadores aterrizaron al otro lado de la Cortina de Hierro, se dieron cuenta de cuán lejos estaba Moscú de Harlem.
“Era como deprimente, parecía que iba a llover pero no llovía. El cielo permanecía nublado. Nos metieron a todos en un hotel que me imagino que era uno de los mejores y, no sé qué estaban pensando pero, por las noches, había soldados alrededor y si queríamos salir no nos dejaban. De manera que nos quedábamos en el hotel, comíamos en el hotel, todo en el hotel”.
Al estadio los llevaron en un convoy de autos. Era su primer juego. Los Globetrotters calentaron y el juego comenzó.
Poco a poco empezaron a notar que algo no estaba bien.
Su manera cómica de jugar basquetbol había dejado al público soviético anonadado.
No se escuchaban ni las risas ni los aplausos a los que estaban acostumbrados.
“Estaban ahí sentados… pensaron que nos estábamos burlando del juego pero no era así, nos estábamos divirtiendo. Mientras que en EE.UU. y otros lugares había niños que les preguntaban a sus padres: ‘¿Me los puedo llevar a casa a jugar?’, que era lo que queríamos que la gente pensara. En Rusia no estaba ocurriendo eso”.
El que la multitud no se comportara de la manera en la que los Globetrotters estaban acostumbrados no era la única diferencia: les había tocado llevar consigo a sus propios oponentes, otro equipo estadounidense.
Esto porque al parecer a las estrellas de basquetbol de la URRS les preocupaba que Meadowlark y sus amigos los humillaran en la cancha.
“No querían jugar contra nosotros. Muchos llevaban a sus novias o sus familias y no querían hacer el ridículo”.
Sin embargo, eventualmente los Globetrotters empezaron a disfrutar en Rusia, a pesar de lo gris del cielo.
“¡Me fascinaba el gulasch! Podía comer eso con arroz tres veces al día”.
¿Y el famoso vodka ruso?
“Yo no tomo pero otros sí. Pero convencieron a otro del equipo, Wilt Chamberlain, de que bebiera con ellos y como medía 2,16 metros, todos terminaron caídos de la borrachera menos él: era tan alto que me imagino que todo el vodka se le quedó en los pies”.
“Así era allá. Querían saber si uno podía hacer lo mismo que ellos”.
Al mismo tiempo, los Globetrotters empezaron a gustarle a Moscú. El público se dio cuenta que sus partidos eran para divertirse al estilo estadounidense.
“Lo que yo hacía era que, después del partido, corría por el estadio estrechándole la mano a la gente, abrazándola, y eso empezó el acercamiento. Para el tercer partido, se levantaban, nos aplaudían y nos vitoreaban”.
Y en términos del deporte, ¿cuán tan bueno era el basquetbol que estaban jugando?
“Muy bueno, el mejor: teníamos que ser buenos”.
Para cuando terminó su visita a Moscú, los Harlem Globetrotters habían jugado 9 partidos con entradas agotadas. Fueron ovacionados y hasta conocieron a Khruschev en persona.
“Fuimos a verlo, y rió con nosotros. Él no hablaba mucho inglés y nosotros no hablábamos ruso. Lo que yo hacía cuando me encontraba en una situación en la que no podía hablar el idioma era hacer pantomima. Él nos abrazó, nosotros lo abrazamos y se montó a su auto y se fue: nunca más lo volví a ver”.
La visita de los Globetrotters ocurrió durante un leve deshielo en las relaciones entre EE.UU. y URRS. Y Meadowlark Lemon está convencido de que tuvo un impacto positivo.
“Nuestros presidentes nos llamaban ’embajadores de buena voluntad’ pues nosotros podíamos ir a lugares a los que ellos no podían ir. Podíamos entretener a gente a la que ellos no podían alcanzar. Fuimos el primer equipo profesional estadounidense que fue a Rusia. Fuimos a hacer historia, y yo creo que la hicimos”, concluye Meadowlark