14 de Febrero: ¿A favor o en contra?

Escrito por el 14 febrero, 2018

El peso de la cultura en nuestras vidas es innegable y quizá ser un contracultural rabioso también es una forma de estar a la moda.

Estoy rodeada por todos los frentes de personas partidarias del escepticismo generalizado, de la amargura (de la que se sienten orgullosos), de odiar como profesionales cualquier cosa que les parezca obra del diablo llamado capitalismo. Odian la Navidad, el día de las madres y el 14 de febrero. Detestar estas fechas se ha convertido casi en un requisito de quienes tienen egos desmedidos y no pueden vivir ni un segundo de sus vidas sin ejercer la crítica destructiva y despiadada contra todo lo que parezca moda o una trampa para estimular el consumo.

Los contraculturales piensan que solo los cursis celebran una fecha tan empalagosa y producto de un mandato cultural; pero, odiar el día de San Valentín también se volvió una ridícula moda que se opone a una de esas mil cosas que no tienen la menor importancia. Si la gente quiere celebrar abarrotando los moteles que ofrecen paquetes de habitación más champagne más una cama tapizada con pétalos de rosa, que lo haga.

Si algunas parejas sienten ilusión por hacer un regalo especial ese día o por escribir una carta inspirada, están en su derecho.

Es más, si tuviera que tomar partido, elegiría sin dudar el bando de los cursis. Hoy soy más amiga de la cursilería que del ejercicio abusivo de la crítica que convierte todo en causa de guerra.

El 14 de febrero es un pretexto para pensar en significados. Por ejemplo en que la amistad no ha sido suficientemente valorada por nuestra cultura. Quizá los millenials a quienes tanto criticamos por frívolos tienen más claro que los amigos son tan importantes como la pareja. Tal vez porque piensan menos en casarse y en tener hijos como meta en la vida; muchos viajan, viven y se acompañan con amigos en algo que se parece mucho al grupo de intimidad de la adolescencia pero a edades más avanzadas.

La amistad es mucho menos demandante que el amor. Los celos son infrecuentes y la territorialidad mucho menor. Es que la cercanía es de más bajas intensidades que las que se alcanzan con el contacto erótico-amoroso, que sigue viviéndose con más drama del necesario a causa de patrones culturales aprendidos difíciles de desactivar. Hombres y mujeres intentan amar sin miedo a la libertad de sus parejas pero no siempre lo logran.

También se ha vuelto tendencia entender el amor a partir de resonancias magnéticas: un fenómeno que activa neurotransmisores como la dopamina y la oxitocina, que genera una sensación de bienestar y placer solamente comparable con el efecto de algunas drogas en el cerebro.

Es vox populi que el enamoramiento entendido como intoxicación bioquímica dura máximo 3 años, que son los necesarios para que las parejas se apareen, tengan un hijo, lo ayuden a crecer lo suficiente y después se separen.

Esto podría ser cierto si solo se utiliza la lente evolucionista, aunque no existe nada humano al margen de la cultura. Las parejas se quedan juntas más tiempo más allá de la biología.

Amamos como nuestro medio socioeconómico, geográfico, de clase, raza, nacionalidad y género, nos permite. Amamos como hombres o como mujeres. Como gringos o como mexicanos. Desde la pobreza o desde la abundancia material. Y casi siempre elegimos pareja dentro de nuestro grupo de pertenencia; por eso resulta un poco absurdo creer que existe el amor de la vida, cuando nuestras opciones para elegir son limitadas y solemos enamorarnos de alguien semejante a nosotros. Las parejas con grandes diferencias culturales enfrentan problemas y retos añadidos al ya de por si complejo asunto de amar.

Amamos como somos: pasionales, fríos, inseguros, defensivos, entregados, impacientes, estables, caóticos. Si tenemos fracturas importantes en la autoestima porque nunca fuimos objeto de amor incondicional, será difícil que seamos capaces de sentirlo por alguien más.

¿Se acaba el amor? A veces sí, pero también se desgasta, muta, se transforma y a veces logra sobrevivir al paso del tiempo y a la costumbre.

Acabo de leer una historia en el New York Times sobre un hombre que dejó ir a una mujer a la que realmente amaba y a quien no valoró porque era joven e inmaduro (ver).

Pensé sobre la naturaleza del amor, que suele manifestar su verdadera dimensión en la ausencia. Una buena parte de las personas sufre cuando terminan una relación o quizá se obsesionan con las decisiones que los alejaron de alguien importante.

Permítaseme suscribir el mensaje central de la historia del Times: El amor verdadero, una vez que ha florecido, jamás desaparece.  Eso quiere decir que siempre amaremos a las personas que fueron importantes en nuestra vida. Que quizá las reencontraremos en otro momento del camino o nunca más, que nos enseñaron en parte quiénes somos, nos ayudaron a descubrir qué es lo que nos hace sentir amados e hicieron posible que sigamos adelante con la certeza de que siempre volvemos a amar.

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